Testimonio de beisbol
Estimado Sr. Garcia
Periodico La Semilla,
Felicidades por su excelente periódico cristiano. Soy un cristiano boricua residente en Dallas y ademas de los excelentes testimonios que en el publica, me fascina de manera particular los artículos sobre el beisbol. Esta semana me anime a escribirle luego de leer un artículo sobre el ex-manager mexicano Benjamín “Cananea” Reyes. A “Cananea” tuve la oportunidad de conocerle durante la Serie del Caribe de 1986 en Maracaibo, Venezuela. Este servidor fungía como carga bates del equipo Indios de Mayagüez de Puerto Rico durante la Serie y La Águilas de Mexicali (equipo que dirigia Reyes) nos ganó el ultimo partido para adjudicarse el campeonato.
Aqui le envio con mucho respeto un testimonio personal que sucedió durante mi ultimo año en funciones de carga bates en la Liga de Béisbol Profesional de Puerto Rico. Espero que le guste. Este testimonio forma parte de mi libro “Crónicas de un Carga Bates Indio” publicado el pasado año en Puerto Rico y Nueva York. También le adjunto fotos del testimonio. Gracias por su tiempo y adelante con su excelente publicación.
Bendiciones en Cristo,
Roberto Mercado
Dallas, Texas
En el cielo se juega béisbol.
Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. Entonces el Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería. Lucas 17:5-6
Por Roberto Mercado.
En realidad, la fe es una fuerza poderosa que nos sostiene en tiempos de dificultad y nos ayuda a realizar acciones admirables en esta vida. El objeto de nuestra fe puede ser un ideal, una persona o una institución. El tener fe en algo o en alguien es fuente de energía y esperanza inagotable. Cuando de verdad tenemos fe en algo o en alguien estamos dispuestos a hacer los mayores sacrificios y podemos realizar cosas admirables. Esto es particularmente cierto cuando se trata de una fe auténtica en Dios.
En mi natal Puerto Rico, tuve el privilegio de debutar como carga bates del equipo de Béisbol Profesional Indios de Mayagüez en la temporada de 1980-81. Contando con tan solo 10 años de edad recibí la bendición de trabajar para un sinnúmero de jugadores de Grandes Ligas como Paul O’Neill, Wally Joyner, José Guzmán, Mike Cuellar y Bobby Bonilla entre otros. Para 1988, mi último año en funciones, comprendía que una vez concluida la temporada tendría que abandonar las funciones de carga bates para continuar con mis estudios universitarios. Durante el transcurso de esta temporada de 1987-88, le pedí a Dios con mucha humildad una última oportunidad de terminar mis días de carga bates con un campeonato y un último viaje a una Serie del Caribe, que ese año se estaría llevando a cabo en la República Dominicana. Muchas personas entendían que era impensable e insignificante que Dios interviniera en un partido de béisbol. Aun así ignore la opinión popular y asistía cada domingo a una pequeña iglesia en el pueblo de Hormigueros y le pedía constantemente a Jesús durante el servicio. Lo que sucedió a continuación no es parte del libreto de una película como “Angels in the Outfield”. Esto realmente me sucedió…
Los Indios de Mayagüez de Puerto Rico arribaban a la final del campeonato del béisbol profesional de Puerto Rico de manera milagrosa, pues habían pasado por una dura y poco gratificante temporada regular. En la final le tocaría enfrentarse a un potente equipo de los Cangrejeros de Santurce que contaba entre sus filas con figuras de la talla de Rubén Sierra (Texas Rangers), Sixto Lezcano (Milwaukee Brewers), Juan Beniquez (Texas Rangers) y el ex indio Mike Sharperson (LA Dodgers). Mayagüez por su parte ya no contaba con los grandes luminarias del pasado y solo le quedaban en sus filas jugadores como Bobby Bonilla (New York Mets), Luís “Papa” Rivera (Boston Red Sox). Aún asi, lamentablemente resultaría desfavorecido y Santurce había dominado al Mayagüez durante toda la serie regular y el round robin.
Durante los primeros 5 partidos, el equipo estaba en desventaja 3 partidos por 2 y Santurce solo necesitaba una victoria más para proclamarse campeón.
Luego de su última derrota, el futuro de Mayagüez no se veía nada alentador.
El equipo tendría que jugar un sexto partido en el Estadio local de los Cangrejeros. Para colmo, la moral de los jugadores no se encontraba en su mejor estado. Parecía que la suerte estaba echada y las aspiraciones de campeonato terminarían muy pronto. Prácticamente la prensa deportiva local y la fanaticada ya daban por terminada la temporada.
Al retirarme a dormir esa misma noche y luego de orar por algún tiempo tuve un sueño muy extraño. En el mismo observaba a varios jugadores y entrenadores del equipo conjuntamente conmigo navegando placenteramente en un barco. En el sueño podía apreciar los rostros de felicidad dibujados en los semblantes de los tripulantes. En el fondo de la imagen resaltaba el aroma de la comida caribeña. ¿El destino? ¡La Serie del Caribe de 1988 a celebrarse en República Dominicana! Eso significaba una sola cosa. ¡Mayagüez ganaría el campeonato!
Tras despertar en la mañana siguiente, sentía en mis entrañas que ese sueño representaba la respuesta a mi perseverancia de fe. Ese mismo día llegamos en horas de la tarde al Estadio Juan Ramón Loubriel de Bayamón, Puerto Rico para el sexto partido frente al Santurce. Mientras caminaba en dirección al lugar en donde colocaba los implementos de juego, observe en una esquina de la banca al coach de primera base Félix Juan Maldonado (Boston Red Sox) solitario y cabizbajo. En ese instante note el semblante de preocupación e incertidumbre en la cara del entrenador “indio”.
“Don Félix, anoche soñé que nos dirigíamos en barco a la Serie del Caribe. Estoy seguro que ganaremos el campeonato. Solo espere”, le dije al coach Maldonado con absoluta confianza.
Maldonado se sonrió y se marchó al terreno de juego para el comienzo del partido.
Mayagüez perdía el desafió en la séptima entrada 5 carreras por 3 y tres hombres en base. Luís Raúl Quiñones se presenta al cajón de los bateadores y conecta un inofensivo elevado al jardín derecho. Cierro los ojos para no ver lo que parecía ser el tercer out de la entrada y el final de nuestras esperanzas de campeonato. Acto seguido, escucho una inmensa gritería proveniente de las tribunas del estadio. Al abrir los ojos observo al lanzador de Santurce Ulises “Candy” Sierra dando saltos en el montículo. En ese instante pensé que celebraba el tercer out. ¡Al echarle un vistazo al cuadro interior, me percate de que Quiñones estaba anclado en la tercera base con las manos en alto en señal victoria! ¡Wow, increíble! Los saltos en la “lomita de los suspiros” de parte del lanzador Cangrejero eran una respuesta de ira y enojo al observar como su jardinero derecho Rubén Sierra cometía un costoso error de tres carreras. El pizarrón de anotaciones marcaba Indios 6, Cangrejeros 5. ¿Será posible que esto esté sucediendo? Era la pregunta que figuraba en mi pensamiento mientras recogía del diamante y colocaba en su lugar correspondiente el bate de Quiñones.
Con este mismo marcador finalizó el partido, la serie estaba nivelada a 3 victorias por bando, y el juego final sería en Mayagüez. Luego del tercer out en la novena entrada dirigí mi vista al cielo y le di gracias a Dios de todo corazón. Luego de esta jornada, el panorama pintaba totalmente diferente, y el milagroso partido terminó literalmente en un “abrir y cerrar” de ojos.
En el séptimo y decisivo encuentro, Mayagüez se alzó con la victoria 4 carreras por 2, con una excelente labor monticular de Tim Meeks, del relevista Luís “Mambo” De León, y el bateo oportuno del campo corto, Luis “Papa” Rivera.
De esta manera, Mayagüez se proclamaba campeón del torneo profesional de 1987-88 frente a todos los pronósticos y posibilidades existentes. Este cetro levantaría nuevamente la moral del fanático mayagüezano unificando una vez más a un pueblo que vivía en carne propia las victorias y derrotas de su equipo.
Así también, El Señor le había echado una “manita” a los “Indios de mi pueblo” y una semana después, la imagen proyectada en mi sueño se materializó en una realidad palpable. Desde el puerto marítimo de Mayagüez zarpamos en el barco “Dominican Ferry”, un 3 de febrero de 1988, rumbo a la Serie del Caribe a celebrarse en Santo Domingo. Esta Serie del Caribe contó con los equipos de Potros de Tijuana (México), Tigres del Licey (República Dominicana) y Leones del Caracas (Venezuela), además de marcar la primera aparición del jonronero Sammy Sosa en esta justa caribeña representando los colores de la novena dominicana. El domingo antes de zarpar hacia las costas dominicanas, me dirigí a la iglesia a darle gracias a Dios por el milagro, el cual también había servido para unir a mi pequeño pueblo en una sola voz de júbilo, alegría y esperanza.