Un Mensaje a la Conciencia
de nuestro puño y letra
El vaso del dolor
por Carlos Rey
(Víspera del Centenario de la Muerte de Amado Nervo)
Era el 25 de noviembre de 1915. Amado Nervo, el ilustre poeta mexicano, terminó de escribir estos versos y les puso por título: «El vaso»:
Pobre amigo, ya pronto se vaciará tu vaso.
No pienses que fue un vaso más grande que los otros.
Hay en el mundo tanto dolor, que toca mucho
a cada alma; la tuya recibió su porción
bien servida…; mas, ¡ay!, cuántas almas mejores
padecieron la dura preferencia de Cristo,
que sólo a los más grandes concede el privilegio
de los grandes dolores.1
Tal vez el poeta Nervo, al afirmar que el dolor es un privilegio, estuviera pensando en las palabras de Santiago en su epístola universal, de que debemos considerarnos dichosos cuando tengamos que enfrentarnos a diversas pruebas;2 o en la declaración de San Pablo de que «los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento».3 Y tal vez, al referirse al dolor que se padece alrededor del mundo, estuviera recordando las palabras de aliento de San Pedro, de que nuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos, y que estos sufrimientos sólo durarán un poco de tiempo.4
Así como se vaciaría pronto el vaso del dolor de aquel «pobre amigo» de Amado Nervo, también habría de vaciarse pronto el vaso del poeta mismo; sólo tres años y medio después de dirigirle esos versos. Y lo cierto es que muy pronto, más pronto de lo que muchos nos imaginamos, ha de vaciarse igualmente el vaso de cada uno de nosotros.
Gracias a Dios, San Pablo afirma que en nada se comparan nuestros sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros.5 Pero es San Juan quien nos describe esa gloria. Dice así: «Vi… la ciudad santa, la nueva Jerusalén ¼ Oí una potente voz que… decía: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! … Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor…”».6 El mismo Dios que nos concede el privilegio del sufrimiento pasajero nos ofrece también la dicha de la gloria eterna sin dolor alguno. Pero sólo enjugará las lágrimas de los que nos identifiquemos con Él tanto en la agonía como en el éxtasis.
1 Obras selectas de Amado Nervo (Guadalajara: EdiGonvill, 1976), p. 410.
2 Stg 1:2
3 2Co 4:17
4 1P 5:9
5 Ro 8:18
6 Ap 21:2‑4
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