Un Mensaje a la Conciencia
Dos antiguos libros de recetas
por el Hermano Pablo
Hay un antiguo libro de recetas médicas que se remonta a la época de la colonia española en América. Contiene recetas para sanar males del cuerpo y males del alma, males benignos y males mortales.
El libro lleva por título Tesoro de milagros y oraciones de la santa cruz de Caravaca. Salió a la venta en una iglesia de Lima, Perú. Como ejemplo de lo curioso de su contenido, para curar el dolor de muelas receta una supuesta oración que Jesús le enseñó a Pedro cuando el apóstol no podía dormir del dolor.
Es innegable que el dolor, la enfermedad y la muerte son problemas tan antiguos como el hombre mismo. Y permanecerán en la tierra todo el tiempo que viva en ella en su estado actual de condenación y depravación.
Los males del cuerpo, que son todas las enfermedades físicas, y los males del alma, que abarcan las pasiones, los vicios y las psicopatías, los sufre la raza humana como herencia fatal de la primera desobediencia. El hombre ha tratado, por todos los medios a su alcance, de librarse de esa carga ominosa que le roba felicidad, le nubla el cerebro, le amarga los días y lo va doblando hacia la tierra hasta sepultarlo. Y siempre ha buscado recetas infalibles. Ha echado mano de la religión, de los demonios, de la filosofía, de la hechicería, de la magia y de la superstición. Y en busca de la solución ha acudido a la medicina científica, combinando los logros de la quimioterapia, la hidroterapia, la dietética, la psicoterapia, la cirugía, la psiquiatría y la genética.
Sin embargo, aun con todas sus supersticiones místicas, todas sus religiones filosóficas, todas sus medicinas científicas y todas sus distintas terapias y terapéuticas, sigue enfermándose, sigue debilitándose y sigue muriéndose como todos sus antepasados.
Durante su vida en la tierra, el Señor Jesucristo sanó a muchos enfermos, resucitó a algunos que habían muerto, dio vista a ciegos, hizo andar a paralíticos y curó a leprosos. Pero el ministerio de sanar no era lo que más le importaba. Le interesaba mucho más la salvación espiritual que la sanidad física porque Él, más que nadie, sabía que lo que nos impediría ir al cielo no sería ninguna enfermedad en el cuerpo sino la condenación del pecado.
Por eso vino Cristo al mundo a morir en la cruz: para salvarnos de la condenación de nuestro pecado. No había otro modo de satisfacer la justicia divina. Él sabía que Alguien que jamás hubiera pecado tenía que pagar la deuda de nuestro pecado, y que ese Alguien era Él mismo. Y sabía que una vez que llegáramos al cielo, disfrutaríamos de un cuerpo sano por toda la eternidad.
Pero ¿cómo lo sabemos nosotros? Porque lo dice aquel antiguo libro de recetas espirituales conocido como la Biblia, el libro de recetas más fidedigno que jamás se haya escrito.